Ayer se celebró en el centro cívico Julian Besteiro, y a iniciativa de la asociación de vecinos de Zarzaquemada, un interesante acto en el que desde la óptica sindical, en concreto desde CCOO, UGT y CGT,
se hizo un diagnóstico de la crisis y se aportaron propuestas. Hubo más consenso en lo primero que en lo segundo, y no faltaron las intervenciones vecinales que pusieron el dedo en la llaga respecto a cuestiones como la pasividad o aburguesamiento de los sindicatos, la falta de movilización ciudadana, la necesidad o no de convocar ya una huelga general, la ineficacia e irregularidades que rodean a la gestión del Plan E y en su ejecución por parte de los ayuntamientos y de las empresas encargadas de las obras...
Fue un encuentro interesante al que desafortunadamente no acudió mucha gente, lo que creo que ya es un síntoma en sí mismo. Sí me quedó un sabor agridulce, ya que, aunque resultó muy enriquecedor comprobar el sentir de los vecinos y cómo les está afectando personalmente una crisis de la envergadura de la que vivimos,
muchas de las opiniones y soluciones que se aportaron cayeron en exceso en el maniqueísmo o en proclamas más de corte mitinero o panfletario que en un análisis más profundo y alejado de los prejuicios habituales. El siglo XXI está a la espera de unos nuevos códigos, ya que las etiquetas y los viejos catecismos (entiéndase en sentido ideológico) no tienen respuestas a esta nueva realidad, si acaso sólo rezuman frustración e inmovilismo real.
Es evidente que la convulsión económica y social que vivimos y que no sabemos ni cuándo ni cómo terminará es una consecuencia lógica de
la suma de elementos como la irresponsabilidad bancaria, de una economía que se ha puesto en manos de especuladores y jugadores de casino, de la falta de valentía para regular los mercados y de los fallos de los mismos, de gobernantes o corruptos o ineptos, o ambas cosas, y en cualquier caso al servicio de una elite muy determinada... Eso ya lo sabemos, al igual que, como dijo uno de los ponentes, es especialmente vergonzoso y lacerante que sean los protagonistas de habernos metido en este callejón, los mismos que ahora se erigen en mesías y proponentes de soluciones. Pero por eso, más allá de entrar en detalles sobre la imperiosa necesidad de configurar un nuevo modelo productivo (aunque es más fácil hablar sobre ello que ponerlo en marcha), eché ayer en falta dos cosas: por un lado, una mayor autocrítica que tenemos que dirigirnos todos los ciudadanos y vecinos sobre nosotros mismos, ya que no podemos olvidar que por acción u omisión hemos contribuido decisivamente a este estado de cosas y, por otro, más importante y fundamental, es que la solución pasa inevitablemente por
un nuevo contrato social que debemos suscribir la humanidad en su conjunto, un contrato en cuyo clausulado deben recogerse términos que por lo que se ve no son muy populares, porque se oyen o defienden poco, pero que son los que se deben primar e incentivar en una sociedad sana, justa, próspera, libre e igual:
iniciativa, respeto al trabajo bien hecho, afán de superación, constancia, tesón, esfuerzo, exigencia, mérito, disciplina...La crisis económica tiene muchos prismas y podemos insistir más en unos aspectos u otros, pero a mi juicio obedece en último término a una crisis moral, de valores, ideológica en el mejor sentido de la palabra:
es lo que tiene el haber puesto en un altar al especulador, y haber denigrado o menospreciado al emprendedor. Parecido a cuando en el colegio se desmerecía al que sacaba buenas notas y que no era precisamente el más popular ni admirado porque era "el empollón". Un ejemplo más de la fábula de la cigarra y la hormiga. Sólo hay que ver un poco la tele y ver en muchas series y programas de éxito cuáles son los personajes que encarnan a los "héroes".