Y digo esto para introducir una cuestión de la que aún no salgo de mi asombro como es el anuncio del rescate por más de diez millones de euros de la concesión de La Cubierta. Operación donde veo tantos cabos sueltos (o es una jugada tan genial y maquiavélicamente preparada que se escapa a mi entendimiento) que solo puedo interpretarla como "alguien está engañando a alguien". Me da que el alcalde Jesús Gómez es el que está tomando el pelo al empresario Julio Torres. Tal vez pudiera ser al revés. Incluso es más que factible que ambos nos estén timando a los vecinos. En cualquier caso, es una cuestión tan turbia, tan opaca, tan clandestina que "huele a toro muerto" que echa para atrás.
Vamos, que estamos ante una novela del género más negro que se pueda imaginar. O quizá todo sea más sencillo: el alcalde quería tener las fiestas y los encierros en paz, le vende la moto al empresario haciendo el paripé de que le va a comprar la plaza. El empresario se traga la moto porque no le queda más remedio y ahora, una vez salvados los encierros, el "rescate" se olvida en un mar de expedientes y de dimes y diretes hasta que con las elecciones se conforme un nuevo gobierno. Todo puede ser. En todo caso, en ULEG estaremos donde siempre hemos estado: en la defensa del patrimonio de todos los leganenses, de la legalidad y de la honradez. No cabe otro camino y es el que nos ayuda a dormir todas las noches con la conciencia tranquila por muchos que sean los ataques, intoxicaciones o infamias que hemos sufrido y que queden por sufrir. Pero dará igual porque es imparable. En 269 días los vecinos estaremos gobernando Leganés.
Por cierto, y aunque soy muy poco aficionado a los toros, creo que el comentario viene a cuento por el post de hoy. Me recuerdan que pasado mañana es el aniversario del fallecimiento de un torero de leyenda: El Yiyo. Mito del que muchos se siguen acordando todos los días y que, después de muerto, aún corta orejas y rabos. En el PP de Leganés viven obsesionados con él y lo ven por todas partes. Pero realmente no lo ven, sino que solo lo huelen. Y no se dan cuenta de que en realidad se están oliendo a sí mismos. Y es el olor del miedo.