Las procesiones políticas y la profesión política. Leganés como paradigma

Recién acabadas las fiestas patronales siempre queda la tentación de hacer balance. Un breve repaso lo hicimos hace unos días en una nota de prensa donde denunciábamos el lamentable estado del recinto ferial y cómo la inercia se ha apoderado de unos gobernantes que no pueden dar más de sí en su mediocridad. Pero seríamos injustos si no mencionáramos algunos indudables éxitos como el concierto del miércoles de Los Porretas y Siniestro Total, el concurso de las estatuas humanas, el de "tunning" o el gran trabajo y compromiso que han demostrado las peñas. Por nuestra parte, no exagero ni falto a la verdad si digo que nuestra caseta, la de ULEG, ha sido la más concurrida de las fiestas y que nos hemos sentido tan arropados y animados estos días por los cientos de vecinos que han pasado a tomarse algo o simplemente a charlar con nosotros que hemos recibido una gran inyección de estímulo y moral que nos va a lanzar en este curso político que tiene a las elecciones municipales como traca final. Desde estas líneas quiero dar las gracias a todos los compañeros, a los afiliados, a simpatizantes, amigos y vecinos en general que han contribuido a sentirnos tan a gusto.

Pero dicho esto, hoy quería hacer una breve reflexión sobre lo que ha acontecido en Leganés como escenario de una batalla partidista y ajena a los intereses reales de los vecinos. Ya saben de lo que estoy hablando. Me parece lamentable que a lomos de los recursos públicos (en especial en el caso de la ministra de Sanidad porque ¿en qué condición vino?) aparezcan de procesión, romería, baño de multitudes o como lo quieran llamar pre-candidatos de otros partidos para librar sus particulares ajustes de cuentas y conseguir un hueco en las listas electorales.

Desde la distancia, tanto vecinos anónimos como representantes de otros partidos, mirábamos con cierta vergüenza ajena lo que se puede llegar a hacer por mantener un cargo, para conquistarlo o por estar cerca de las migajas del poder. Ha sido un espectáculo de coches oficiales, guardaespaldas y cortesanos que no han dejado indiferente a nadie. De lo que menos se trataba era del intercambio de ideas, de la presentación de proyectos, de la aportación de soluciones para mejorar la calidad de vida de la gente... Era una desorbitada procesión civil que no estaba en el programa de fiestas, pero que ha tenido como espectadores, lo quisiéramos o no, a miles de leganenses. Y este tipo de espectáculos no son una anécdota, sino que se han convertido en una anormalidad democrática, porque es una pena en lo que se ha transformado la política para unos cuantos: en una procesión permanente para poder "tener" una "profesión", la de vivir en la poltrona de lo público el mayor tiempo posible. A toda costa y a cualquier coste.