El alcalde Jesús Gómez y todo su gobierno (PP) perpetraron ayer algo de lo que espero que estén ya arrepentidos, o no cabe duda de que con el paso de los días se darán cuenta de que su error ha sido mayúsculo y de los que dejan huella.
Su espantada en todos los actos celebrados por la Casa de Extremadura de Leganés en el día de la región no tiene ninguna excusa. Sí, ya sabemos lo de la guerra de comunicados (
enlace), pero
eso son pamplinas, insignificancias y nimiedades para no cumplir con el papel de representación que un alcalde y un gobierno han de llevar a cabo en unos actos institucionales de este calibre y tradición.
Cuando uno es un representante político ha de estar por encima de egos, caprichos, vanidades, filias y fobias. Luego uno, como humano que es, se puede equivocar. Nadie está libre de ello, y yo el primero y el que más. Pero algo imperdonable para un político es confundir el culo con las témporas, y lo que es una disputa o discrepancia con los representantes de una casa regional, con
los miles de vecinos que ayer se sintieron huérfanos de representación. Entre otras cosas, porque el alcalde es y debería ser alcalde de todos, incluido de los miles de extremeños que celebran este fin de semana su día.
También a título particular me sentí agraviado por este vacío institucional injustificable que llevó a cabo el alcalde. Como saben,
por mis venas corre sangre extremeña y se vio alterada al ver el bochornoso espectáculo que ayer se vivió en el recinto ferial donde en la XXXII edición de la Romería, por primera vez, no estuvo presente nadie que encarnara a quien gobierna esta ciudad. Las caras de asombro y de estupor de los centenares de vecinos allí presentes ante las más que diplomáticas palabras de los representantes de la Casa de Extremadura serán difícil de olvidar.
Si este alcalde cree que sólo puede representar y tiene que aguantar a los que le hacen la pelota, a los que le dicen sí buana y a los que le ríen las gracias, pronto se dará cuenta de que ya no se representa ni a sí mismo.
Ayer no fue la asamblea, ni las labores cortesanas a la presidente regional, ni sus otras actividades remuneradas las que le impidieron estar con sus vecinos. Fue el orgullo, la soberbia y un indisimulado concepto de la política como herramienta con la que torcer voluntades y actuar a capricho.
Y eso tiene peor pase. Por eso, recordaré una clásica frase que utilizamos en ULEG:
nosotros no somos los jefes de nada, los vecinos son nuestros jefes. Y no nos quepa duda, que estos jefes pasan una factura muy cara por este tipo de desplante.